jueves, 3 de noviembre de 2011

Nongren

No sé si lo habréis oído, pero Yunnan es una de las zonas más pobres de China (hablando en términos económicos, pues en otras muchas cosas es muy rica). Yo soy de Extremadura, la zona más pobre de España, según las estadísticas. Sin embargo, yo en Extremadura jamás he visto lo que me atrevo a llamar "caras de pobreza".

Aquí a cada cuatro pasos te encuentras con un puesto de comida ambulante. Se compone de un gran fogón, ingredientes, una caja con dinero y, normalmente, una pequeña mujer morenita detrás con un delantal sucio y "cara de pobreza". Las caras de pobreza están tostadas por el sol, se caracterizan por una expresión de "Mi destino no está en mis manos" y, especialmente por la noche cuando hace frío, me provocan una horrible sensación de culpabilidad. Y diréis, ¿y qué culpa tienes tú? Bueno, puede que yo no sea la causante directa de esta situación, pero hace que se me remueva la conciencia acerca de lo injusto que es el mundo y por qué yo puedo elegir qué hacer con mi vida y ella no, simplemente por haber nacido en países distintos. En por qué ella tiene que estar a la intemperie pasando frío, aguantando a las multitudes y quemándose las manos con aceite, y yo estoy aquí paseando con mi abrigo, con la posibilidad permanente de volver a mi habitación calentita cuando me apetezca.

Quizás lo peor no sea el frío que pasan y sí la humillación a la que las somete la sociedad. No solo a ellas, también a todos los campesinos (nongren) de la zona. Muchos también venden fruta o frutos secos en la calle o, con suerte, en pequeñas tiendas. Los miran por encima del hombro como si estuviesen estorbando solo por llevar ropa vieja y sucia y por tener la piel especialmente morena (pues denota que se han pasado horas y horas en el campo). Aquí, sin embargo, la mayoría de la gente es muy morena, así que no se nota tanto la diferencia.



 De esta humillación no me había percatado hasta que me enfrenté a la reacción del chino con el que hacía intercambio lingüístico cuando le dije que mi padre era agricultor. "¡Ni se te ocurra decir eso por ahí! Aquí los agricultores están muy mal vistos. Son de la clase más baja." Me dijo. Mi asombro fue brutal. En Europa también había oído cosas similares, pero jamás nadie me lo había dicho de una forma tan directa. Le dije: "¿Crees que soy inferior a ti porque provengo de una familia de agricultores? Entonces debe doler que alguien así haya llegado más lejos que tú, ¿no?" Le dije sin pensármelo dos veces, con una sonrisa amplia. Quizás comprendió que estaba molesta y, por eso, no hizo ningún comentario al respecto.

A partir de entonces, comencé a fijarme en la gente que viene del campo a trabajar y en las mujeres que cocinan en la calle, con la cara triste y la cabeza gacha. Quizás lo que más me sorprende es que cuando les sonríes, ni siquiera te devuelven la sonrisa, como hace el resto del mundo en esta ciudad, porque están ausentes y cansadas, están hartas. Quizás piensan en que algún día su suerte cambiará o quizás simplemente en llegar a casa, estar con los suyos y dormir. Dormir hasta el día siguiente o el anterior, qué más da, si todos son iguales.